EL SILENCIO DE JÄRVENPÄÄ

A finales de la década de 1920, la voz compositiva de Jean Sibelius, el músico más importante de la historia de Finlandia, se apagó, inexplicablemente para siempre. Detrás de este incomprensible suceso se esconden muchas razones, pero también muchos interrogantes. Hoy en Anónimo IV vamos a hablar de lo que se dio en llamar “El Silencio de Järvenpää”.

Deberíamos empezar poniéndonos un poco en antecedentes de quién era realmente nuestro protagonista. Jean Sibelius había nacido en 1865 en Finlandia, que entonces era un ducado autónomo, dentro aún de la Rusia de los zares. Lo era después de haber sido territorio bajo control sueco durante siglos. Eso había hecho que en el país sucediese algo que sigue, en parte, pasando hoy en día: que existiese una minoría de habla sueca, pero dominante en el plano político, cultural e intelectual, y una gran mayoría de habla finlandesa, nacionalistas, de corte más obrero y partidarios todos de una corriente político-cultural llamada Movimiento Fennómano, o finnófilo, que buscaba ensalzar las raíces finlandesas, incluso a veces al extremo de finlandesizar los apellidos, y que se oponía al movimiento svecómano, que pretendía que la cultura sueca siguiese siendo predominante.

Sibelius venía de una familia sueca y svecómana, de las que no querían que nada cambiase. Y en 1889, a sus tiernos 24 añitos conoció a Aino Järnefelt, una jovencita de 17 años proveniente de una familia fennómana. Y en ese momento Sibelius hizo lo que tantos hombres por amor. Se abrazó a la bandera de Finlandia y ya no la soltó jamás. Tres años después de conocer a Aino y coincidiendo con su boda con la joven escribió su primera obra nacionalista (a los 27 años), la suite Kullervo. Estas obras de corte nacionalista siguieron produciéndose mientras el control ruso sobre Finlandia se volvía cada vez más opresivo y las muestras de exaltación nacionalista entre la población eran cada vez más y más habituales.

Convertido ya en el héroe nacionalista de la música, a Sibelius el ducado le concedió una pensión en 1897 para que pudiese dedicar su tiempo a componer más y más obras, lo más fennómanas que pudiese. Cuanto más fennómanas mejor. En la primera década del siglo XX la fama de Sibelius había ya trascendido las fronteras del país de los mil lagos y se había extendido por toda Europa y Estados Unidos, llegando a ser incluso investido doctor honoris causa por la Universidad de Yale. Esto, no solo le dio fama internacional sino que hizo que se agudizase aún más la pasión por Sibelius en su propio país donde era ya la celebrity más en boga del momento. Tanto, que en 1915, coincidiendo con su 50 cumpleaños, se organizaron festejos a nivel nacional, casi con honores de estado. 

Dos años más tarde, en 1917, Finlandia se independizó y Sibelius pasó casi a ser un monumento nacional en vida, y principal embajador cultural del país. En 1924 estrenó su última sinfonía, la séptima, considerada la consumación del sinfonismo a principios del siglo XX y una obra en la que Sibelius había conseguido llevar a la orquesta hacia parajes completamente nuevos, casi tan alejados de lo convencional como los septentrionales bosques de su tierra natal.

Es un buen momento ahora para hablar un poco de la otra parte, indispensable de esta historia, Aino Järnefelt, que había nacido en Helsinki en 1871, en el seno de una familia muy estricta y disciplinada, encabezada por en un general del ejército, el señor Alenxander Järnefelt. Fue la pequeña de siete hermanos, y fueron una familia bastante apañada, la verdad; tuvo un hermano escritor, Arvid, otro pintor, Eero, y uno compositor, Armas Järnefelt, del que vamos a escuchar su Overtura Lírica

Armas es clave en toda esta historia, porque fue el celestino de todo este embrollo amoroso. Fue él, compañero de clase de Sibelius, el que se lo llevó un día a casa de los padres, en el invierno de 1889 y le presentó a Aino. Por aquel entonces, a la joven le andaba detrás el escritor Juhani Aho, que tampoco era ni muchos menos un inútil. Fue, en vida, el escritor más importante de Finlandia y estuvo hasta 12 veces nominado al Nobel de Literatura. Imagínate, cómo tiene que ser que el escritor más importante y el compositor más importante de tu país, te estén los dos encima para ligar. Aino le dio calabazas a Juhani Aho y se quedó con Sibelius.

A partir de ahí, la vida de Aino se mezcla mucho con la de la otra esquina del triángulo necesario para entender la vida del compositor, que es Ainola, la casa que se construyó el matrimonio en Järvenpää, una localidad a escasos 30 kilómetros de Helsinki y que fue el lugar de residencia del matrimonio durante el resto de su vida. 

Aprovecharon una herencia que Sibelius recibió de su tío para comprar 10,000 m2 de terreno cerca del Lago Tuusula y para contratar al arquitecto Lars Sonck que diseñó la casa a la que Sibelius le puso el nombre de Ainola. Lo único que pidió Sibelius al arquitecto es que tuviese vistas al lago y que tuviese una chimenea verde en el salón. Tampoco quiso que hiciesen la instalación de agua mientras estuvo vivo porque le molestaba para componer. Se mudaron a la casa en 1904.

Los primeros años en Ainola fueron muy difíciles, sobre todo para Aino. El matrimonio estaba ahogado por las deudas y las estrecheces económicas y esto se agudizaba por el curioso estilo de vida de su marido, al que le gustaba bastante todo lo que fuese beber e irse de fiesta.  Cómo de grande sería el amor de Sibelius por los espirituosos que llegó a fundar un club de bebedores en Helsinki, un club en el que él y sus colegas quedaban para beber. Bebía para todo, bebía en sus ratos libres, bebía antes de salir a dirigir, y se sabe por cierta literatura epistolar que frecuentemente tras sus fiestas locas, desaparecía durante días. De hecho, la última página de su diario, antes de morir, era una lista de la compra: Cognac, Champán y Ginebra, había apuntado. 

Contra todo esto tenía que luchar Aino. Tratando, por ejemplo, de exprimir este escaso presupuesto familiar construyendo un huerto con el que alimentar a la familia. Y dándole clase a sus hijos en casa, ya que en el peor momento de la familia, no pudieron ni costearse la escuela para los pequeños. 

En 1908, Sibelius tuvo que operarse de la garganta (además de beber también le gustaba bastante fumar) y en ese momento, tras la operación, y en una iluminación de responsabilidad, el compositor decidió dejar el alcohol y el tabaco. Fueron sin duda los años más felices para la familia y en especial para Aino. 

Fueron también, como habíamos visto antes, años muy prolíficos para el compositor; años también importantes políticamente para el país, que alcanzó la independencia en 1917. Años, en definitiva, que acabarían encumbrando a Sibelius como el más grande orquestador de la época.

Tras componer la séptima sinfonía, Sibelius realizó otras obras de gran calado, como La Tempestad y Tapiola, poema sinfónico, op. 112. Esta sería la última de las grandes obras de Sibelius. Entre los años 1927 y 1932, el compositor sufrió su primera gran crisis compositiva, que estuvo además unida a una fuerte depresión y una pérdida absoluta de confianza en sí mismo. En estos años sólo fue capaz de realizar obras pequeñas: un par de piezas para coro, el boceto de una suite para violín y orquesta, algunas miniaturas para piano y una elegía para órgano escrita en memoria de Akseli Gallen-Kallela, pintor finlandés contemporáneo de Sibelius. 

Al comienzo de estos años, en 1928, Sibelius tenía planes para una Octava Sinfonía. Pero, parece ser que sus primeros trabajos sobre esta idea pronto encallaron y se estancaron. En estos años oscuros, la depresión se veía agudizada por el propio carácter del compositor, que evitaba recibir encargos y trataba de minimizar al máximo sus apariciones en público. Algunas cartas a Aino, sugieren que trató de regresar sobre las ideas de la octava sinfonía en 1930. En su cabeza, Sibelius seguía viéndose como un compositor activo, por eso, tanto a su mujer como a su editor Olin Downes, les escribió que la Octava pronto estaría lista para imprimir y que además tenía varias obras nuevas en la cabeza. Además, le prometió al director de la Sinfónica de Boston, Sergei Koussevitsy, que la obra estaría pronto lista y que la agrupación de Boston la estrenaría. Para 1933 esta Octava Sinfonía estaba prácticamente terminada: a finales del verano de ese año, envió a su copista lo que probablemente era el movimiento inicial, un manuscrito de 23 páginas, que sabemos de su existencia unicamente porque se conserva la factura del copista. Sibelius le dijo al copista que seguirían 7 movimientos en las siguientes semanas. Nunca llegaron. 

El resto de la historia ya es pura tragedia: Koussevitzky, el director de la Sinfónica de Boston  y Downes, su editor, no paraban de presionar al compositor para que entregara de una vez la obra. Sibelius no cesaba de poner excusas y pedir más y más tiempo para terminarla, mientras la depresión y la desconfianza carcomían su mente. La Octava se acabó convirtiendo casi en un tema tabú para el compositor que evitaba hablar de ello con todo el mundo, incluso con sus más allegados. Finalmente, Sibelius terminó abandonando el proyecto de la Octava para siempre, aunque por el camino hizo nuevas promesas a directores de que la finalizaría y la entregaría para su estreno. Su mujer informó tras la muerte del compositor que a mediados de la década de los 40 (se especula que sobre el año 45) Sibelius destruyó todo un baúl de manuscritos, incluyendo lo que era todo el material que poseía de la Octava sinfonía, arrojándolo al fuego de la chimenea de Ainola. 

Como decíamos, la producción compositiva de Sibelius se detuvo completamente a partir de 1931, pero el compositor había experimentado ya un notable descenso en su producción en los últimos años de 1928. Las únicas excepciones, como ya comentábamos antes, además de algunos bocetos y revisiones de obras anteriores, son dos pequeñas obras para coro masculino de 1946, Disminuyendo drásticamente a finales de la década de 1920, las nuevas composiciones de Sibelius se detuvieron después de 1931. Las únicas excepciones son dos pequeñas obras para coro masculino de 1946.

La intimidad de Ainola va a guardar las incógnitas de si entre sus paredes de madera, el genio finlandés seguía componiendo. Pero de puertas para fuera este "silencio de Järvenpää" fue total. Sibelius se retiró de la vida pública y profesional como toda una celebrity en Finlandia. Símbolo musical sin duda ninguna y el ciudadano más ilustre de toda la nación. En la década del comienzo de este silencio, en los años 30, ya comenzaron incluso a aparecer las primeras biografías autorizadas y oficiales; parece que los finlandeses tenían prisa por matarlo. Así se publicó la de Ekman en 1935, la de Roiha en el 41 y la de Krohn en el 42. 

Alejado ya del ruido de las grandes ciudades europeas y refugiado en Ainola, Sibelius recibió a lo largo de estos silenciosos años a varios invitados de renombre, tanto del mundo musical como de la esfera política finlandesa y sus cumpleaños seguían siendo una celebración nacional. En su 70 cumpleaños incluso recibió la medalla Goethe de Alemania de manos de…¡Hitler! Este gesto del führer con Sibelius se vio como un intento de Hitler para estrechar los vínculos raciales de los arios y los nórdicos.

También en esta década de los 30 comenzaron a realizarse grabaciones en masa patrocinadas y pagadas por el estado finlandés de sus obras más importantes. Robert Kajanus, el director de orquesta finlandés más importante de la época y considerado en el momento el mayor experto en Sibelius grabó con la London Symphony varias Sinfonías del compositor.

En estos años la Sibeliusmania también llegó al mundo anglosajón. Fueron varias las giras que realizó por Inglaterra y Estados Unidos y su música se programó más que nunca en estos países. Incluso, el embrujo de la música de Sibelius queda patente en toda una generación de compositores británicos que quedaron prendados de la música del compositor. Entre estos autores encontramos a nombres tan importantes como Vaughan Williams y William Walton. Podemos rastrear estas influencias en la quinta sinfonía de Vaughan Williams y en la primera de Walton.

En ese punto, la visión de su trabajo comenzó a polarizarse. Primero por un punto de vista político. Ya habíamos visto antes que Hitler le había otorgado una medalla del Reich. Esto, por si mismo, no quiere decir nada; Sibelius recibió medallas por todo el mundo. Pero ciertas investigaciones sugieren que Sibelius pudo ser un simpatizante nazi o, cuando menos, no fue demasiado crítico con el Reich. Esto está siendo estos últimos años motivo de disputa entre los biógrafos del compositor. Parece quedar claro que, desde luego, no tenía ninguna simpatía hacia los comunistas después de que el Ejercito Rojo soviético atacara Ainola en el año 18 poniendo en peligro la vida de toda su familia. En fin, que estos hechos eran también comentados en la época.

Y además de esta vertiente política, estaba la propiamente estética respecto a su trabajo, de corte marcadamente tradicionalista, en un mundo que empezaba a llenarse de vanguardias. Así pues, los pro-Sibelius siguieron defendiendo que el compositor era el último sucesor de Beethoven y su música fue utilizada como un verdadero tótem en contra de esos nuevos paganos de la música disonante. Por otro lado, los modernistas comenzaron cada vez a mostrar más y más desprecio por la obra del compositor. No sólo los dodecafónicos y atonales, como luego veremos, incluso los compositores de corte neoclásico, como Virgil Thomson que llegó a decir que sus sinfonías eran “vulgares, autoindulgentes y provincianas”. Adorno, el gran Theodor Adorno, escribió un artículo titulado “Glosse über Sibelius” en el que ridiculizaba al compositor y a la veneración que se tenía por él, aduciendo que era, algo así como una maquinaria de marketing contra la nueva música y dijo que la técnica compositiva de Sibelius era reaccionaria e inepta, llegándola a calificar como “la originalidad de la impotencia”. Años después, René Leibowiztz, importante director de orquesta y teórico, y gran impulsor de la segunda escuela de viena en Francia, definió a Sibelius como “el peor compositor del mundo”

En realidad, estos dos universos que hemos comentado, el político y el estético, se tocaban más de lo que parece. Todas estas críticas no respondían solo a criterios musicales. La visión tradicionalista de Sibelius era entendida por muchos como una postura cercana a las ideologías de raza y tierra que promovía el Reich. De hecho, Adorno llegó a acusarlo directamente de esto. Los críticos argumentaban que esta atracción no disimulada de Sibelius por lo que el consideraba la “verdad” detrás de la identidad étnica, su incomodidad con el urbanismo y la modernidad y el ser un reaccionario anti-tecnología, como vimos antes con lo de la canalización de agua de su casa, era también parte del pastel para los críticos del compositor y para la recepción que tuvo su obra en sus últimas décadas de vida.

Todo esto influyó también en este silencio del compositor. Es relevante el hecho de que, el convertirse en una figura pública hizo también que el Estado le requiriese para eventos nada musicales constantemente. Tuvo que recibir en Ainola a un montón de personas, no todas de su agrado, y no todas del ámbito musical. Digamos, que Sibelius se había convertido en un embajador del país ante el mundo en unos años convulsos en los que Finlandia estaba en el medio entre un pujante tercer Reich y la Unión Soviética, una posición geopolítica y estratégica nada sencilla para un país recién independizado. 

¿Influyeron todas estas cuestiones en el silencio compositivo de Sibelius? Estas críticas, estas implicaciones políticas, estas responsabilidades como figura nacional, sus retomados hábitos de consumo de alcohol, que volvieron, y con fuerza a partir de los años 30 en el momento en el que sus hijos comenzaron a abandonar el núcleo familiar… No lo vamos a saber nunca, pero son desde luego, datos demasiado importantes para no comentarlos. Ya en su última década de vida, como vimos, Sibelius trató tímidamente de retomar su actividad, firmó esas obras corales que supondrían su opus 113 en la década de los 40, casi 20 años después de su opus 112.

Sibelius murió de una hemorragia cerebral el 20 de Septiembre de 1957. Fue enterrado en Ainola, como no podía ser de otro modo, en el jardín que Aino cuidaba cada mañana. Aino siguió viviendo en Ainola hasta su muerte 12 años más tarde.

Al final de sus días, Aino dijo:

“Estoy feliz de haber vivido a su lado. Siento que no he vivido en vano. No digo que todo haya sido fácil, he tenido que contener y reprimir mis propios deseos, pero he sido muy feliz. Lo veo como un regalo del cielo. Para mi, la música de mi marido es como la palabra de Dios: su fuente es noble. Y es maravilloso vivir cerca de una fuente así.”

Para su muerte, la reputación de Sibelius se había ya desplomado del todo en un mundo que miraba indefectiblemente ya hacia la modernidad. Y lo que es peor, parecía también desplomarse entre el público. En las décadas sguientes, los relatos oficiales de los investigadores y estudiosos sobre la música de principios del siglo XX lo borraban de ella sin tapujos o lo mencionaban brevemente tan solo como un mero nacionalista o un anticuado compositor que se había quedado atado a los cánones del siglo 19. Por fortuna luego llegó un hombre que, para otras cosas fue bastante polémico, pero que para esto le vino muy bien: Karajan, uno de los mayores defensores de la obra del compositor. Y el interés en Sibelius comenzó a resurgir de nuevo en los años 80. También en esas décadas los compositores minimalistas aparecieron y muchos se basaron en los preceptos orquestales de Sibelius para consturir sus nuevas aproximaciones al sinfonismo.

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