Desde nuestra perspectiva, parece difícil separar la música de aquellos que la producen: los intérpretes, los instrumentistas, los cantantes e incluso los directores. No obstante, en ocasiones, la música puede producirse de manera autómata. Los instrumentos pueden sonar sin alguien que los interprete. Y no hablamos solamente de modernas aplicaciones y protocolos informáticos.
Entendemos por un instrumento mecánico aquel que puede tocar y sonar de manera automática a partir de un procedimiento mecánico, que siempre está predeterminado y se repite. Algunos de ellos funcionan sin ningún tipo de participación del ser humano y otros necesitan cierto control por parte de una persona.
Lo de hacer sonar instrumentos de manera automática, aunque pueda parecer algo que nace en la Revolución Industrial, tiene un pasado bastante remoto. Los fines, al principio, podían ser prácticos (sobre todo pensando en la señalización) y también religiosos. Los primeros instrumentos mecánicos fueron flautas y órganos que funcionaban con agua. Ya aparecen por primera vez en textos griegos del siglo III a.C. El ingeniero y matemático helenístico Herón de Alejandría habló de varios órganos de agua, de pájaros cantores mecánicos y también de un instrumento que apareció en Grecia en el siglo III a.C, el Hydraulis, un un órgano de agua cuyos fuelles podían ser bombeados por un molino de viento.
La primera descripción de un instrumento mecánico con un programa o cilindro musical fue realizada entre 812 y 833 por tres hermanos científicos de Bagdad, los hermanos Banū Mūsā. Nos hablaron de una flauta hidráulica a la que se le añadió un cilindro giratorio con una serie de clavijas que iban tapando los agujeros. De este modo, la flauta podía reproducir la misma melodía que había sido grabada previamente en el cilindro mediante surcos. Estamos ante una máquina programada creada más de 1.000 años antes de nuestros ordenadores.
A pesar de esta maravilla de flauta de los hermanos persas, los cilindros giratorios pronto sirvieron a otros fines. Empezaron a utilizarse en las campanas y los relojes de las iglesias a principios del siglo XIV.
En algunos instrumentos, como las cajas de música o los carrilones, el mecanismo era fácil; solo se necesitaban unas clavijas que accionasen la lengüeta que hacía sonar la nota correspondiente. En el caso de otros instrumentos más complejos, como los órganos, estos cilindros también tenían que controlar la duración en la que las válvulas de los tubos estaban abiertas para producir sonido. Estos cilindros, también llamados barriles —por el inglés barrel— se conocen desde el siglo IX.
Llegó una guerra que puso fin a la fabricación de los instrumentos mecánicos: La guerra de los Treinta Años (1618-1648) y no fue hasta principios del siglo XVIII cuando la industria volvió a florecer. Eso sí, floreció bastante porque el período entre 1720-1820 se considera como el Siglo de Oro de los instrumentos mecánicos. Se pusieron de moda en Londres, Viena y Berlín los relojes mecánicos con sonido de flauta o de órgano, los llamados Flötenuhr.
Estos instrumentos incluían fragmentos musicales de compositores importantes como Haendel, C.P.E. Bach, Haydn, Mozart y Beethoven. Son una gran fuente de información para los musicólogos ya que permiten conocer el estilo de interpretación de la época.
Por otro lado tenemos la caja de música que se desarrolló a finales del siglo XVIII en Suiza. Los constructores lograron un mecanismo miniatura que pudieron incorporar a diversos artículos de lujo como: relojes, bastones, joyeros,... Gracias a su buena sonoridad, a su pequeño tamaño y a un precio razonable, consiguieron que la caja de música estuviese al alcance del gran público. Este hecho hizo que de algunos modelos, se vendiesen miles y miles de ejemplares.
Con el paso del tiempo se fue ganando en sostificación, duración y calidad ¡Se podían escuchar melodías de himnos, oberturas y arias de ópera!
Debido a que los cilindros eran elativamente limitados en lo referido a la duración de la música, los inventores empezaron a buscar sistemas alternativos. El más popular fue el de las tiras de cartón perforado. Podían ser de cualquier longitud y eran muy fáciles de intercambiar. Esta técnica comenzó a utilizarse en los telares mecánicos de principios del siglo XIX. De ahí dio el salto a los instrumentos mecánicos musicales en 1852, cuando Martin Courteuile patentó un sistema de tiras de cartón que funcionaban por acción neumática.
Justo una década antes, Claude-Félix Seytre había utilizado un sistema de tiras perforadas de un telar y las había adaptado a un piano al que llamó autophon. Las tarjetas estaban unidas a unos tubos que, por acción neumática, movían unos pequeños cilindros colocados encima de cada tecla. A partir de 1880 el sistema se utilizó también en organillos y organos de lengüeta. Finalmente, en 1904, nació el Player Piano de Welte.
Durante las dos primeras décadas del siglo XX también se construyeron violines automáticos combinados, generalmente, con un piano o con otros violines o un cello. Los más destacados fueron: en Estados Unidos el Violano-Virtuoso de Mills Novelty Company y en Alemania, la Violina del construtor Ludwig Hupfeld (1864-1949).
El apogeo de los instrumentos mecánicos se produjo entre 1890 y principios de la década de 1930. Durante este periodo se podían encontrar en todo tipo de lugares públicos y también en los hogares. En los cafés y restaurantes había instrumentos que funcionaban con monedas. En 1920, el 70% de los 364.000 pianos fabricados en EE. UU. eran pianos de juguete. Los órganos mecánicos, las orquestas y los pianos, también encontraron su lugar en el teatro y el cine.
La Pianola es un piano que posee algún tipo de mecanismo de interpretación autómata. La forma más antigua fue el llamado Barrel Piano, piano de cilindro, creado en 1800 como un instrumento portatil. No tenía un registro demasiado amplio y tampoco tenía teclado. Se transportaba en un pequeño carro por un operario que lo ponía en funcionamiento con una manivela. Por eso, a veces se conocían también como “zanfonas”, por su similitud con el instrumento tradicional. Tuvo una presencia muy habitual en las calles de las grandes ciudades europeas y americanas, pero su timbre era bastante estridente y su afinación dudosa, al punto de llegar a ser considerados una molestia, sobre todo por los vecinos que vivían cerca.
Aunque la pianola era un instrumento autónomo, al principio, se necesitaba a un operario humano para que pudiese sonar. La mayoría de estos instrumentos se accionaban con pedales, lo que obligaba a tener a una persona sentada en frente todo el tiempo. Los rollos de papel solo incluían las notas y la duración de las mismas. Por lo tanto, era este operario el encargado de decidir cuestiones que tenían que ver con el tempo y con la dinámica.
Durante el boom de las pianolas a principios del siglo XX llegó a haber escuelas para aprender a tocar este instrumento y métodos de aprendizaje específicos.
Además de todas las empresas que se dedicaban a la construcción de pianolas, también creció una gran industria subsidiaria de empresas que se dedicaban a fabricar rollos con música nueva. El caos de las primeras décadas en cuánto a los formatos a utilizar, se solventó tras la Convención de Búfalo, celebrada en 10 de Diciembre de 1908 en la que es establecieron una serie de patrones y standards para toda la industria.
Estos patrones atendían a dos tipos de pianolas: de 65 y de 88 notas. Igualmente, todos los rollos de piano debían seguir el mismo modelo de fabricación.
Esta estandarización de los formatos permitió a los propietarios de las pianolas acceder a un vasto surtido de música. Incluso surgieron modelos de negocio como el de la empresa Aeolian, que creó una biblioteca de préstamo donde, con una suscripción, tenías a tu disposición un catálogo de 17.000 canciones que podías alquilar durante dos semanas y luego devolver.
Para el año 1910, las pianolas ya eran un gran hit en todo Estados Unidos. En 1919, el cénit de su auge, las pianolas suponían el 60 por ciento de todos los pianos producidos en el país.
Las pianolas mantuvieron esta posición hegemónica durante casi toda la década de los veinte. No obstante, en 1929 la producción fue disminuyendo. Para el año 1935, las pianolas suponían solo el 0,7 de la producción de instrumentos en el país. ¿Cuál fue la causa de este descalabro tan rápido? Principalmente el fonógrafo, que entró con fuerza en muchos hogares.
El orchestrion es un instrumento bastante complejo que utiliza cilindros con tarjetas perforadas y rollos de papel. Se tocaban siempre en interiores por su escaso volumen y estaban destinados, exclusivamente a la interpretación de música clásica y repertorio orquestal.
Uno de los primeros orquestones fue el Panharmonicon de Maelzel en el siglo XVIII. En su taller, junto con el de Martin Belssing, nació la industria del orquestón en Alemania. A mediados del siglo XIX, los instrumentos eran tremendamente populares en el país tanto como entretenimiento casero, como sustituo de las orquestas de salón en hoteles, restaurantes y salones de baile. Alcanzaron el auge de su popularidad entre 1860 y 1880, momento en el que eran capaces de producir interpretaciones convincentes de música orquestal . A partir de esa década, dejaron de ser aparatos eminentemente neumáticos para ser eléctricos, o en algunos casos, hidráulicos.
El padre de Piotr Ilich Chaikovski llegó a comprar un orchestrion en Alemania que instaló en la casa familiar.
Los orquestones disponían de una estructura de tubos de órgano a los que se les añadían dispositivos de percusión, mecanismos de piano y carillones. Especialmente notables fueron los orchestriones fabricados por la empresa Hupfeld en Leipzig, como este que se encuentra en el museo de Utrecht.
Nos queda hablar del órgano mecánico, conocido en Europa como órgano de feria. Su nombre no deja mucho espacio a la imaginación ya que este instrumento era precisamente el encargado de poner música a los tiovivos, los parques de atracciones, los circos y las pistas de patinaje de Europa y Estados Unidos. El band organ nació en Europa como una versión al aire libre del orchestrion. No obstante, sonaba más fuerte ya que tenía que destacar por encima del bullicio de la feria. Desde un primer momento se utilizó como llamada para captar la atención, por eso se situaba en la entrada de las instalaciones.
Los primeros órganos de banda, desarrollados durante el siglo XVIII, tenían un cilindro de madera cubierto de clavijas metálicas. Hacia 1880 su construcción fue creciendo en tamaño y ya contenían varios centenares de tubos y diversos efectos de percusión. Estos modelos más grandes funcionaban con motores de vapor o de agua y, posteriormente, con motores eléctricos. A comienzos de 1900 se incorporó el rollo de papel perforado. Este sistema fue retomado posteriormente en Estados Unidos por Rudolph Wurlitzer Manufacturing de North Tonawanda, el agente de fabricación de muchos instrumentos musicales europeos.
Las condiciones económicas de los años 30 provocaron la quiebra de la mayoría de las empresas de órganos de banda, aunque un pequeño número de artesanos sigue construyendo instrumentos y restaurando órganos originales.