El etnomusicólogo John Blacking define la disciplina como «los sonidos producidos por otras especies que los humanos podemos percibir como organizados». Por otro lado, el zoomusicólogo Dario Martinelli describe la zoomusicología como «el uso estético de la comunicación sonora entre los animales».
La primera pregunta destacable sobre si los animales producen música la formuló George Herzog en 1941. Cuarenta años después, en el 1983, Bernad Mache publicó un extenso estudio sobre «ornito-musicología» en el que mediante el análisis de segmentación paradigmática demostraba que el llamado canto de los pájaros sigue un principio básico de organización basado en la repetición y la transformación.
En 2012 el Diario de Veterinaria y Comportamiento publicó un estudio de la Universidad de Colorado que había monitorizado el comportamiento, niveles de actividad, vocalización y espasmos musculares de 117 perros recluidos en perreras. Midieron todos estos valores mientras los perros permanecían en silencio, mientras escuchaban heavy metal y mientras escuchaban música académica occidental. Concluyeron que los perros dormían más y mejor mientras escuchaban música académica y que el heavy les provocaba más espasmos musculares y nerviosismo
Pasamos a otro estudio realizado por Charles Snowdon, psicologo de la universidad de Winconsin, David Teie, compositor y Megan Savage, investigadora de la universidad de Binghamton. Este dream-team desarrolló música especialmente pensada para gatos con tempos, frecuencias y rangos tímbricos similares a los que utilizan los felinos para comunicarse. Testeado en 47 felinos domésticos, concluyeron que los mininos se acercaban y eran más carioñosos (se dejaban acariciar más) mientras sonaba la música que se había compuesto especialmente para ellos.
Pasamos de los gatos a las vacas. Y no podemos hablar de estos animales sin mencionar el estudio realizado en 2001 por la Universidad de Leicester en Reino Unido. Este estudio consistió en poner a un grupo de 1.000 vacas frisonas una serie de canciones durante nueve semanas. En esta playlist que se ejecutaba en sesiones de 12 horas diarias, alternaba música rápida, música lenta y también silencio. Los resultados demostraron que la música calmada, por ejemplo canciones de REM, Simon and Garfunkel o la Pastoral de Beethoven, hacían que las vacas produjeran hasta un 3 % más de leche por día.
En 2013 un estudio publicado en el Journal of Behavioral Processes reveló que es posible entrenar a las carpas para que distingan la música de diferentes compositores. Los investigadores entrenaron a dos grupos de carpas para que eligiesen una bola llena de comida sólo cuando sonaba el compositor correcto. Uno era el team Bach y otro el team Stravinsky. Y sí. En efecto. Cuando sonaba su compositor, iban a por su bola de comida.
Indudablemente el mundo rebosa de sonidos zoológicos que consideramos de gran belleza. Sin caer en obviedades como el canto de los pájaros o el de las ballenas, y por sacar a la luz ejemplos menos conocidos, podemos decir que algunas especies de peces "cantan" golpeando sus vejigas natatorias contra los músculos estomacales. Y curiosamente, el sonido que producen es semejante al del didyeridú.
En lo referente a las ballenas podemos decir que los científicos no descubrieron sus complejas y exorbitantes llamadas hasta la década de los 60. Eso sí, en cuanto se filtró la noticia, faltó tiempo para que los beatniks fuesen a la playa con flautas y clarinetes para sumarse al concierto. Aunque la estampa de humanos y ballenas haciendo música juntos parezca sacada de una película de domingo por la tarde, los biólogos señalaron que lo más probable es que los humanos molestasen a los animales con su música. Por extrañas que parezcan estas jam sessions acuáticas, lo cierto es que décadas antes, en 1924, la primera grabación radiofónica al aire libre la registró la violonchelista Beatrice Harrison tocando espontáneamente con un ruiseñor que se posó a su lado y cantó mientras ella tocaba.
Aunque nos consta que la música es una creación de nuestra mente, ¿cómo podemos asegurar que sabemos lo que oyen los ruiseñores y las ballenas? ¿Les resulta inconexo el sonido de un piano? ¿Y los que emiten otros instrumentos? ¿Realmente perciben algo valioso en las ondas sonoras?
Cualquier pista sobre las raíces de la música humana debe buscarse en nuestros parientes más cercanos, los monos, simios y otros primates. Por eso deberíamos empezar por averiguar qué música les agrada.
El neurocientífico cognitivo Josh McDermott, pasó más de un año tratando de dar respuesta a esta pregunta con titíes pigmeos y tamarinos. Los metió dentro de un laberinto en forma de «V» con un altavoz en cada uno de los extremos y escogió música de Mozart, nanas, música tecno y silencio. La gran sorpresa para el científico fue que los monos escogieron el silencio.
Algunos zoólogos sostienen que sólo las especies animales que muestran un «aprendizaje» vocal como son las aves, las ballenas y las focas, podrían ser musicales.
En 2008, el doctor Patel admitió que la especie humana es la única capaz de seguir el ritmo. Ese comentario desató una oleada de furiosos correos electrónicos de usuarios indignados por esas durísimas declaraciones. El doctor contestó: «vale, si hay alguien próximo a mi laboratorio que pueda traer su mascota para refutar mi teoría que lo haga». Y así fue como llegó la cacatúa con cresta Snowball a manos del doctor y le demostró que era capaz de seguir el ritmo.
Después llegó Ronam, la foca del laboratorio Long Marine de California cuyos entrenadores le enseñaron a seguir el ritmo de música disco moviendo la cabeza.
Por Anónimo IV ya pasaron celebridades musicales animales como Nora, The piano cat, una gatita que tocaba el piano de forma aleatoria pero, no nos podemos olvidar, de la Thai Elephant orchestra, un ensemble de 16 elefantes que tocan instrumentos especialmente diseñados para ellos —desde Steel drums hasta armónicas—. Los neurocientíficos que trabajaron con los paquidermos, concluyeron que los elefantes tienen una increíble capacidad para mantener ritmos estables, especialmente ritmos largos. Dicen que incluso más estables que los humanos...