Este es el vals del minuto de Chopin en la eterna versión de Arthur Rubinstein porque el Vals op. 64 nº 1 se dice que pudo estar escrito en honor al perro de George Sand. Chopin se llevaba tan bien con el perro de su pareja que cuando no estaban juntos, no era raro que en las cartas que le mandaba, Chopin le preguntara por Marquis a su dueña, incluso pidiéndole que le saludara de su parte y que le diera las gracias al perro por echarlo de menos tanto como el compositor lo echaba de menos a él. ¿Es un poco raro? Sí, pero bueno, cosas más raras están por llegar en esta sección, os lo aseguro...
De momento dejamos a Chopin y a Georges Sand y nos vamos a Inglaterra a visitar la casa de Edward Elgar. A Elgar le encantaban los perros. Cuando era joven tuvo un cocker spaniel que se llamaba Marco, pero, ¿qué pasó? A la mujer de Elgar, Alice, no le gustaban nada los perros, al punto de que los odiaba. Así que cuando se casaron, se acabaron los perros para Elgar. De vez en cuando se escapaba para jugar con el perro de su amigo George Robertson, un animal con el que crearía grandes lazos afectivos al punto de que el perro aparece representado en las Variaciones Enigma. Este de la foto es Dan, el bulldog de George Robertson
Y unos años despues Alice murió. ¿Y qué hizo, todavía un doliente Elgar según murió su mujer? Comprarse no UNO si no DOS perros, para compensar los años perdidos. En un toque algo siniestro se volvió a comprar un cocker spaniel al que también llamó Marco y una coqueta terrier de nombre Mina. La llegada del teléfono permitió que incluso cuando Elgar tenía que ir a trabajar a Londres pudiese seguir en contacto con sus dos perros.
Nos quedamos en Inglaterra con Arthur Sullivan, famoso compositor de operetas inglés del siglo XIX. A ver qué os parece esta historia, que no tiene desperdicio.
Sullivan tenía un corredor de bolsa al que le había confiado sus ahorros para que los hiciese crecer y el pobre corredor, Edward Hall, se llamaba, lo perdió todo y contrajo una deuda de 7 mil libras (de la época, no os olvidéis) con Sullivan. Y a Sullivan se le ocurrió una manera de arreglar el asunto. Llegó allí a casa de Edward Hall y tuvieron una conversación de este estilo:
A. S.:“A ver, a ver cómo vamos a solucionar esto… Dame tu perro”
E. H.: “¿Cómo?”
A. S..: “Que me des el perro. Dámelo. El perro”.
Y sí. Efectivamente, le quitó el perro a su corredor de bolsa. Un perro llamado Tommy con el que Sullivan se encariñó tanto que cuando el pobre animal murió, lo hizo disecar y se lo colocó en una vitrina de cristal en medio del salón de su casa. ¿Ves cómo os decía que iba a haber cosas raras?
Algo parecido le pasó a Ferrucio Busoni, uno de los grandes virtuosos del piano de entresiglos. El compositor italiano en 1886, cuando era un estudiante en Leipzig, necesitaba unas vacaciones, estaba completamente saturado, pero su situación financiera no estaba para muchos dispendios, o para irse a un bonito balneario o a una casa en las montañas. Pero aún así, el resto de sus colegas de clase y profesores dejaron de saber de él y asumieron que seguramente, de alguna forma, Busoni habría conseguido reunir el dinero para irse de la ciudad.
Uno de estos compañeros, unos días después, vio a un hombre que parecía un vagabundo, sucio, con la ropa medio rota paseando con Lesko, un precioso terranova que era el perro de Busoni. Pensó inmediatamente que el perro había sido robado y fue a enfrentarse al hombre para que se lo devolviera. Y qué pasó? Pues que el vagabundo mal vestido era el propio Busoni que llevaba días paseándose por Leipzig vestido de vagabundo para que sus amigos no supieran quién era.
Y llegamos al que merece el premio en esta sección. Georges Crumb, longevo compositor contemporáneo estadounidense y una de las más importantes voces compositivas de la América musical del siglo XX.
Crumb no solo es que tuviese perros, y que los adorase, es que les dedicó una obra. Su suite para guitarra y percusión Mundus Canis, de 1998 está dedicada a todos los perros que tiene su familia. Y uno de sus movimientos es Yoda, un juguetón perrito blanco que no solo da nombre a la pieza sino que marcó la vida de Crumb, hasta el punto de que aparece en la portada de una de sus últimas biografías en DVD.