Comenzamos fuerte con una de las obras más famosas e interpretadas de la música clásica, El Carnaval de los Animales de Camille Saint-Saëns. Aunque la mayoría de compositores de la historia hubieses dado todo por componer una obra eterna y universal como el "Carnaval", a Saint-Saëns no le convenció del todo el resultado final. De hecho, le gustaba tan poco la obra (que él había escrito como una simple broma para un día de carnaval entre amigos músicos) que mantuvo la partitura escondida hasta su muerte, prohibiendo su publicación con la excepción del movimiento del Cisne.
Sobre obras que no le gustan a uno mismo sabía mucho también Jean Sibelius. Ya hablamos aquí en Anónimo IV del Silencio de Jarvenpää, ese enorme lapsus de varias décadas en el que Sibelius no compuso ni una sola obra (AIV - 3x11 Sibelius, el silencio de Järvenpää). Y como ya comentamos ampliamente en ese programa, durante todas esas décadas, su bloqueo creativo vino propiciado principalmente por su Octava sinfonía, una obra que nunca llegó a completar, que tuvo varias veces casi terminada pero que al final decidía no enviar al editor… Y así nos quedamos todos. Él completamente traumatizado con sus capacidades compositivas y nosotros sin conocer cómo sería la Octava de Sibelius. Por fortuna, tres pequeños bocetos de la sinfonía se han recuperado y podemos disfrutar de al menos 2 minutos de música de lo que iba a ser la última sinfonía del finlandés.
Seguimos con sinfonías y seguimos por el frío norte de Europa. Cruzamos la frontera de Finlandia a Rusia y allí, en el conservatorio de San Petersburgo nos encontramos con el jaleo que se montó con la Primera Sinfonía del joven Sergei Rachmaninoff.
El joven Rachmaninoff estaba extra-motivado, era todo ganas y pasión y estaba con la sensación irrefrenable de que se iba a comer el mundo. Pero había un pequeñito problema: los compositores veteranos de la escuela no estaban por la labor, o simplemente no les interesaba el asunto. Glazunov, que además tenía que dirigir la obra, llegó borracho al estreno. Rimsky-Korsakov dijo que era desagradable y Cesar Cui en una crítica escrita matizó que esa obra solo valía para entretener a “criaturas del infierno”.
Y claro, Rachmaninoff se vino bastante abajo, la verdad. Pasó de 100 a 0 de confianza en una noche. De hecho, lo pasó bastante mal, perdió toda esa fogosidad creativa y solo después de 3 años y varias sesiones de hipnosis regresiva consiguió volver a querer trabajar para relanzar su carrera como compositor. Ah, y la sinfonía no se volvió a interpretar en público mientras él vivió.
Había otros que además de tener poca confianza, no les valía nunca el resultado final de lo que hacían. Ese era el caso de Max Bruch y eso es lo que le pasó con su archiconocido Primer Concierto para violín y orquesta. Entre 1864 y 1868 reconoció que reescribió el concierto, al menos 6 veces, pidiendo además ayuda a grandes violinistas como Joachim o Ferdinand David y sobre todo, desesperándose durante esos años por pensar que no estaba alcanzando lo que él tenía en mente crear, que era el concierto para violín y orquesta más-alucinante-de-la-historia.
Pero además de esto, hay otro detalle que hizo que Bruch lamentara toda su vida haber escrito este concierto y es el tema de los derechos. Cuando lo escribió aceptó por parte de Simrock un único pago por los derechos de la partitura. Cuando la obra se convirtió en un éxito inmediato de público, Bruch se quedó contemplando cómo Simrock hacía dinero con los derechos de su obra sin poder recibir él nada más. En el final de su vida envío una copia autógrafa que se había quedado del concierto a una familia americana para que intentara vender los derechos en América, pero jamás llegó a recibir nada.
Y terminamos con otro de los que acabó escaldado con su obra más famosa: Elgar y su Pompa y Circunstancia nº1, la más famosa del ciclo de 5 marchas que escribió el compositor de Worcester. En un primer momento, el propio Elgar dio palmas con las orejas ante el éxito inmediato que tuvo la pieza. Además, se encontraba en un momento vital algo decaídillo y la obra le ayudó a ganar confianza en sí mismo, y supuso que las arcas de la economía familiar aumentaran considerablemente. El problema llegó, como siempre, después, cuando Elgar se dio cuenta de que todo el mundo le encasilló y su fama se debía única y exclusivamente a una sencilla marcha militar sin mayores pretensiones estéticas ni estilísticas. Además, le empezó a incomodar el supuesto tufillo imperialista que desprendía la obra, que para él era una muestra de la arrogancia colonial inglesa. Sea como fuere, yo creo que se merece que la escuchemos. Pero vamos a hacerlo de una manera menos imperialista. De hecho, vamos a dejar que sea el coreano Yjoon quien nos interprete una peculiar versión de la obra del maestro inglés.